Como dijimos, desde Hoima, seguimos el viaje en atestados matatus, comprimidos con gentes, gallinas sueltas y maletas. Cuando parecía imposible que cupieran más personas, siempre era posible que subieran varios más. Del cumplimiento de los horarios mejor no hablar, pero estamos en África y más vale adaptarse y tener paciencia.
Finalmente llegamos a Kasese, la pequeña ciudad en las faldas del Ruwenzori donde organizaremos nuestro viaje y contrataremos el servicio de guías. Por la noche, tomando una cerveza en un bar nos sorprende comprobar como la parroquia del bar esta pendiente de la televisión donde hacen “el Gran Hermano” ugandés. Es curioso comprobar como los fenotipos garrulos standart superan fronteras culturales y los podemos encontrar de forma ubicua.
Al día siguiente nos trasladamos a una aldea cercana, donde compraremos víveres, alquilaremos equipo y conoceremos a nuestro guía, Elisha, un hombre de mediana edad que aparenta ser un poco despistado, pero poco a poco se irá ganando nuestra confianza.
Iniciamos nuestra marcha entre una ligera lluvia, frondosos y exuberantes bosques, un furioso río de montaña a nuestra derecha, y un horizonte oculto por espesas nubes, lo que será la norma de ahora en adelante. Llegamos al primer refugio sin mucha dificultad, este esta a 2500 metros, es cómodo y probablemente el único lugar seco en los alrededores. Obtenemos agua directamente de un riachuelo de aguas marrones, que sorprendentemente es completamente apta para su consumo. Hemos decidido cocinar nosotros mismos en la cena, y lo haremos en un fuego de gas junto a los porteadores. Comida y té calientes harán más llevadero el frío de la noche.
Elisha no ha tardado en querer hablarnos de la Biblia durante el camino, y seguramente se ha frustrado ante nuestro laicismo escéptico (laicismo radical según diría la Conferencia Episcopal Española). Uganda es un país cristiano y musulmán al 50%, en algunos casos en sincretismo con la antiguas creencias animistas del antiguo reino de Buganda. Son unas gentes que han asimilado el cristianismo y lo viven con fervor, mientras que en los países europeos de donde procede languidece consumido por la Razón y el consumismo. Un proverbio africano lo resumía así tal como relata Javier Reverte «cuando llegaron los blancos ellos tenían la Biblia y nosotros las tierras, ahora ellos tienen nuestras tierras y nosotros la Biblia».
El camino del día siguiente es aún más exuberante si cabe, recorriendo senderos entre la selva, barro y una lluvia cada vez más espesa, cruzando ríos mediante troncos caídos y puentes colgantes semidestruidos por los elementos; así llegamos a una altitud donde empieza el bosque de bambú a los 3000 metros. El tipo de vegetación vuelve a cambiar enseguida llegando al bosque de ericaceas: Erica arborea el tipo de arbusto que aquí conocemos como brezo o bruc, pero que allí adquiere tamaño de árbol de hasta 15 o 20 metros. De sus ramas cuelgan enormes líquenes que perviven gracias a la continua neblina y humedad del ambiente, al igual que el manto verde de musgo que cubre buena parte del suelo y las piedras, asemejándose todo el conjunto a un cuento de hadas. Hay tanta agua que nos hundimos hasta las rodillas en algunos tramos, con el consuelo de que por lo menos no hay sanguijuelas. Llegamos al Bigo Hut, un refugio a 3500 metros de altitud y cenamos tras un baño por la tarde en las aguas heladas de un río cercano. Las mantas térmicas se agradecen para pasar la noche, sobretodo porque el baño helado ha pasado factura a alguien. Además, empieza a ser un problema tener algo ropa seca en este ambiente tan húmedo.
Al día siguiente y a partir de este punto cambiará nuevamente el paisaje, esta vez nos encontramos con una sucesión de pantanos en altiplanos inmensos cuyo paisaje neblinoso recuerda al paisaje desolado de “el Señor de los Anillos”. Los campos están repletos de las características Lobelias, que dan al paisaje ese exotismo tan particular de las cumbres de África central y oriental. Al cabo de varias horas, entre la bruma, conseguimos ver unos lagos bellísimos que anuncian la proximidad del próximo refugio. Debido al barro debemos ir muy despacio, vigilando donde ponemos los pies para no hundirnos. Este tramo se hace agotador tanto física como psicológicamente, además los primeros síntomas del mal de altura empiezan a notarse con dolor de cabeza cada vez mas intenso. El tercer refugio se halla a 4000 metros y tiene unas espléndidas vistas del lago, al fondo del valle.
Al la mañana siguiente hace un día espléndido y nos encontramos dispuestos a subir el penúltimo tramo; subiendo por una pared rocosa otros 500 metros que se hacen eternos en la última etapa. Aquí se halla el último refugio. A partir de aquí quedan 500 metros para la cima de pico Margarita, pasando por los famosos glaciares donde según la leyenda se refleja la luna. Desgraciadamente el mal de altura empeora radicalmente y no es prudente pasar aquí la noche; fácilmente esta dolencia puede desembocar en muerte si no se desciende cuanto antes. Se hace necesario seguir ruta antes de que anochezca del todo hasta el próximo refugio 400 metros más abajo. Teníamos la cima al alcance de la mano. Es una frustración el no poder alcanzarla y recorrer sus glaciares. Es posible que con el aumento de las temperaturas desaparezcan en unos años. De todas formas siempre podría ser peor, en el refugio encontramos a una periodista Ugandesa accidentada al intentar hacer el mismo recorrido. Aquí no hay helicópteros que valgan, tendrá que hacer todo el camino de vuelta transportada en camilla durante varios días.
Por la mañana, nos despertamos al pie de otro lago, al lado de un refugio, y seguimos ruta después de un buen desayuno con chapatis,a lascuales nos hemos aficionado bastante. Para completar la ruta circular a las montañas hemos de remontar un paso de 4300 metros, pero esta vez ya no me acomete el mal de altura; la aclimatación ha llegado con retraso. Desde aquí se puede ver a lo lejos la frontera de la Republica Democrática del Congo. Hasta hace muy poco llegaba hasta estas montañas la guerrilla proveniente de ese tumultuoso país.
Hace un día despejado, el mejor desde que estamos aquí y puede verse buena parte de la cordillera. Posteriormente me enteré que incluso hoy existen algunos picos que no tienen nombre oficial porque nadie los ha escalado todavía para arrogarse tal derecho. Por mi parte pueden permanecer sin nombre y que al menos una parte de la naturaleza permanezca sin etiquetas.
Caminamos animosos, ya que por lo menos momentáneamente nos hemos librado del barro en estas alturas, y, sin embargo, todo se ve tan verde de líquenes y musgos como antes. Esta tregua solo es momentánea, al ir descendiendo, el barro hace de nuevo su aparición, enlenteciendo el paso de forma irritante. Hemos de concentrarnos en cada paso para no pisar las zonas más blandas. Nos cuenta Elisha que en ocasiones algunas visitantes se han puesto a llorar de desesperación al sentirse atrapadas en medio de este páramo entre la niebla, mojadas, y sin ver el final del calvario. Le tranquilizamos; nosotros sabíamos a lo que veníamos, y nos parece un privilegio a la vez que una tortura disfrutar del paisaje y sufrir las inclemencias. Aun nos quedarán dos refugios y jornadas más antes de llegar de nuevo a nuestro punto de partida, atravesando los estratos de vegetación previamente descritos en la subida, pero a la inversa. Encontramos una curiosidad: unas cavernas al lado del camino donde existe lo que debe ser el único sitio seco del Ruwenzori, no hay barro sino polvo y según Elisha, debido a la particular orografía y estructura de las rocas que forman la caverna permanece seco siempre. Es aún más curioso cuando sabemos que en la temporada húmeda esta rodeada de cascadas.
Y al final llegó el final, en el ultimo refugio nos despedimos de los porteadores, unos hombres duros acostumbrados a portar unos enormes fardos durante días sujetándolos con la espalda y la cabeza, y de Elisha nuestro guía. Esta aventura no hubiera sido posible sin ellos.
En nuestro último tramo nos sorprende una tormenta, y la lluvia más fuerte que ha habido hasta ahora. Ya nos da igual, hemos realizado nuestra ruta, conocido las montañas de las que Ptolomeo solo pudo soñar recluido en su biblioteca de Alejandría y dentro de poco estaremos bajo una ducha caliente. Sin embargo, África nunca volverá a ser el lugar misterioso y exótico que fue un día, y que vieron Speake, Burton, Livingston, Stanley y aun otros muchos después, arrastrada por la enorme ola de la colonización y el progreso. Terminó la era de la Exploración y empezó la era del Turismo. Tan solo podemos pedir que se conserven algunos restos de su belleza y naturaleza, y que siempre queden lugares salvajes en un mundo cada vez más monótono, reglamentado y estrecho. En definitiva, aquí termina nuestra ascensión al Ruwenzori y empezará nuestro viaje al archipiélago de Lamu, en Kenia,.....pero eso ya es otra historia.
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