domingo, 17 de febrero de 2008

Capítulo III. Uganda


La llegada al aeropuerto de Kampala no da esa impresión de choque térmico y estrés que ofrecen otras capitales africanas, como Daar es Salaam. Aquí no encontraremos un calor soporífero, ni un alud agobiante de gentes ofreciendo sus servicios de guías, taxis etc de forma intimidante y caótica. Por el contrario, este aeropuerto ofrece un aspecto provinciano, tranquilo, y con una temperatura, sino fresca, soportable.



A escasos kilómetros se halla el lago Victoria, donde encontraremos un poblado en el que no desconocían la cerveza fría. Bajo una sombra en la hierba, al lado de las apacibles orillas del lago, contemplamos durante horas multitud de enormes pájaros limícolas, córvidos y algunas rapaces. Aquí esperábamos al ferry para visitar las islas Ssese Debido a que British Airways me perdió amablemente la maleta con todo el equipo de montaña, decidimos estar allí unos días con la esperanza de recuperar el equipaje a la vuelta.....pero esto lo relataríamos en otra historia, y en todo caso como en dichas islas nos fueron sustraídas las cámaras fotográficas por unos bandidos y con nocturnidad, no pudimos ilustrar esta parte del viaje.



Así que nos vimos días después en Kampala, sin cámaras de fotos ni equipaje. Pero desde luego no íbamos a dejar que pequeños inconvenientes frustraran nuestros planes de conocer las famosas montañas. Mientras hay VISA hay esperanza, así que compramos otra cámara de fotos (que nos vendieron defectuosa ¿existirán los gafes?) y material de montaña en un mercadillo de Kampala, asumiendo también la calidad inherente a estos países africanos. Las mochilas que compramos, se rompían a la media hora con una regularidad pasmosa, la ropa tampoco era una maravilla y las linternas que compramos se encendían y apagaban con voluntad propia.
Kampala es una ciudad pobre y absolutamente caótica, en la que viandantes, motos y matatus, se desplazan frenéticamente y compiten por atropellar a los incautos que no van con cuidado. Por otra parte, sus gentes son amables, no atosigan al turista y se puede salir por la noche con bastante seguridad.


Salimos de esta ciudad en un autobús de línea, y el viaje durante todo el día se hace agradable, entre campos de palmeras, chozas dispersas, poblados, y en alguna ocasión atravesando selvas. Almorzamos con lo que vendedores ambulantes nos venden a través de las ventanillas: pinchos de carne, piñas, platanos, frutos secos..


Nuestro objetivo, antes de llegar a las montañas, era Hoima, una ciudad pequeña, sin gran interés, con pequeñas casas, y calles sin asfaltar. Sin embargo, recorriendo en moto (la cual alquilamos a un desconfiado lugareño) los caminos circundantes, nos acompañan bucólicos y luminosos campos de cultivo, bosques de palmeras, pintorescas iglesias protestantes y blancas nubes de algodón que ofrecen más interés a la visita. Hay cierta disputa sobre quien debe conducir la moto, así que nos la turnamos, y sin atropellar a nadie por cierto.

Cientos de escolares recorren durante kilómetros esa carretera para ir a la escuela y todos nos saludan, como la novedad que somos.
Queríamos visitar un perdido y desconocido río cercano a Hoima, que no interesaba a nadie excepto a nosotros. Encontramos allí a un local que no entendía muy bien que hacíamos en aquel, tan poco turístico, río. No explicaré los motivos que teníamos para venir a este lugar, pero sí que haré una descripción. El rio Kafu en época seca aparenta ser un pantano repleto de equisetums de más de dos metros, donde el agua parece estar estancada, pero en realidad sí que fluye; lentamente hacia el noreste y luego hacia el norte, uniéndose finalmente a las aguas del Nilo al norte del lago Alberto. Sin embargo, en un determinado tramo, el recorrido del Kafu se bifurca en otro río, el Nzuri, el cual se desvía hacia el sudoeste acabando en el sur del lago Alberto. Es decir, que curiosamente en ese punto las aguas corren en direcciones opuestas durante muchos kilómetros, aunque al final toda termina confluyendo en el Nilo.



En su frondoso interior, nos cuentan que habitan tímidos hipopótamos. Estos salen de su redil solamente por la noche, mientras que por el día se protejen del calor metidos en el agua. Para los egipcios estos animales representaban el caos (junto a los Búfalos). No es para menos, incluso actualmente los hipopótamos (junto con los búfalos por supuesto), son los animales superiores que más victimas causan en varios paises de África. Nuestra leyenda actual del dragón de Sant Jordi proviene precisamente de una historia egipcia en la que el dios Horus cazaba a un hipopotamo. En realidad si queremos imaginarnos como era el antiguo Egipto sería muy apropiado visitar las zonas inundadas del alto Nilo en el África negra de hoy en día.
En el presente, los hipopótamos supervivientes de la caza furtiva harán bien en esconderse en lo más recóndito del pantano; ya no hay demasiado lugar en el siglo XXI para los dragones ni las leyendas. Durante el régimen del dictador Idi Amin se exterminaron a la mayor parte de las poblaciones de animales salvajes. Afortunadamente, hoy en día la fauna se está recuperando en los parques nacionales, pero que nadie espere encontrar en Uganda la profusión increíble de animales y especies que puede observarse con facilidad en Tanzania y Kenia.



Volvemos a Hoima, a nuestra pensión donde nos espera aliviado el propietario de la moto. Al final de la tarde, y antes de la cena, nos esperaran siempre que sea posible unas cervezas “safari”. Al día siguiente, seguiremos nuestra ruta en matatu, y esta vez, sí, llegaremos a nuestro verdadero objetivo: las faldas de las Montañas de la Luna.





Maraña de equisetums en el Kafu

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