El Nilo, uno de los focos del creciente fértil, dió vida a una civilización que perduró milenios y su tradición aun hoy en día se manifiesta de forma inconsciente sobre nuestras creencias. Las crecidas anuales del Nilo regaban y fertilizaban su cauce, permitiendo el desarrollo en Egipto de la agricultura, la creación de excedentes agrícolas y con ellos la creación de las primeras sociedades complejas y organizadas. Al sur, siguiendo su recorrido se extendían los desiertos del país de Kush (Sudan). En el actual Khartum se unían el Nilo azul, proveniente del lago Tana en Etiopía; y el Nilo blanco proveniente del sudoeste hasta llegar a una inhóspita, inmensa e impenetrable región pantanosa que hacia de barrera física para remontar su origen. El origen del Nilo azul fue ya descubierto para el mundo occidental por misioneros jesuitas en el siglo XVII, quedando así el Nilo blanco como el último misterio. Sin embargo, sí que hubo viajeros en la antigüedad clásica que aparentemente debieron seguir esta ruta. Claudio Ptolomeo, un erudito que vivió en Alejandría en el segundo siglo de nuestra era, dibujó el primer mapa del centro de África. Aunque no se conserva el mapa original, se sabe que hace una descripción de unas montañas al sur del ecuador (en realidad esta encima de él) regando a dos diferentes lagos que alimentaban el Nilo. Es posible que tuviera como fuente de información relatos de exploradores griegos que fueron capaces de explorar esas regiones hostiles. Según la leyenda, en ocasiones la luz de la luna se reflejaba en ellas resultando un espectáculo majestuoso y justificando su nombre de “montañas de la Luna”. Sea como fuera que obtuviera esos datos, las representaciones de los mapas que se hicieron en la era de la Exploración, a partir del siglo XV, incluyen esta información de Ptolomeo, añadiendo a cada mapa la imaginación propia de cada copista para suplir los espacios en blanco.
Uno de los antiguos mapas, basados en la información de Ptolomeo.
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